El Ultimo Campo

11.03.2011 00:08

 EL ÚLTIMO CAMPO

 

En cierto campo, donde la belleza predominaba y el cantar de las aves entonaban trinos tan dulces y melodiosos, en donde las mariposas coloreaban el ambiente con sus diversos colores; volaba también una abeja en dirección a su colmena. Era una obrera que regresaba de sus labores cotidianas trayendo las sustancias que en su largo viaje había colectado. Había que alimentar a la reina y mantener otras cosas también. En su ronda por el campo y la visita a cada flor, era para la abeja, llegar a mundos diferentes. Miraba de igual forma a sus compañeras, pero, no interrumpían sus trabajos, esto era sagrado para ese batallón tan enorme. 

 

Volando de flor en flor y de capullo en capullo, su vida era alegre y feliz. 

De esta manera, veía como las familias del campo crecían y se multiplicaban, es que eran tantas flores con sus respectivas fragancias y sus hermosas vestimentas, cada quien más distinguida que otra. 

 

La abeja admiraba y se recreaba en ese campo maravilloso, y notaba como todo aquello favorecía a la existencia de otras especies como insectos, aves y plantas. 

En sus  vuelos diarios, la abeja divisaba desde el aire ese manto bordado en el campo con múltiples colores e hilos de seda. \n\n

-Este bosque- decía, -fue como un laberinto al comienzo, pero imaginé como he de volar a través de él; jamás me perdí, todo tiene una ruta para ir y volver-, pensé. 

 

-Tengo tantos amigos y amigas, todos colaboran conmigo cuando los visito. Me proporcionan lo necesario y retribuyo a cambio ese algo que hace que estas familias crezcan-.

-En mi trajinar de la vida, hice amistad con el colibrí, y a menudo nos encontramos casi en los mismos lugares donde yo frecuento. Somos tan diferentes, pero nos entendemos y compartimos en todo lo que hacemos-. 

 

-A ese bosque nos trasladamos continuamente y nos divertimos en momentos de descanso-. 

-Allí compartimos nuestros vuelos y hacemos tanta acrobacia en el aire, divirtiendo de igual manera a todas las familias del lugar-. 

-Pero, al mismo tiempo, hacen lo mismo las demás especies voladoras. Nadie sufre daño alguno cuando éstos en sus vuelos espectaculares se desplazan por los aires, es como ver las estrellas en una danza de fulgores-.

 

 

-Amigo colibrí, vayamos por aquel paraje a saludar a nuestra amiga la Orquídea, aquella que se esconde un tanto de la luz-. -Buena idea-, responde el picudo verde, y alegre como siempre, emprende su vuelo veloz, y quedándome un tanto atrás apresuré mi vuelo y hallándole, ya estaba donde nuestra amiga que le brindaba con mucha hospitalidad el néctar de la vida que alegra a mi familia y la de él. 

Satisfechos por aquella visita, la amiga nos despide feliz porque sabe que volveremos, al fin y al cabo, necesitamos de ella también. 

Conocía muy bien la casa en donde habitaba el colibrí, así como él conocía la mía. 

 

Ya, a la mañana, tan pronto como aparecen los rayos del sol, llegó el colibrí al pie de mi ventana, y con su pico largo tocó mi cuerpo velloso y me dijo: -¡Hea! amiga, el tiempo apremia y apresúrate en salir, porque el bosque nos espera y hay mucho que hacer-. 

Volamos por la ruta acostumbrada, y el colibrí subía y bajaba viendo a las amigas que los identificamos por sus brillantes colores, y saludamos con entera cortesía y gracia. 

 

Unas estaban todavía mojadas por el rocío de la madrugada y aprovechaban los rayos del sol para secar su hermosa piel y cabellos abundantes. Otras se abastecían de esas gotas y llenaban en sus reservas para soportar el calor del día. 

Unos insectos diminutos se bañaban en las bolas de cristal que forman las gotas de agua que permanecen en las hojas. 

Todo era felicidad. Los pájaros cantaban sin cesar dando gracias a la naturaleza y despertando a todo ser del bosque. 

Así, habiendo trabajado todo el día, y visitado a todas las flores que nos proporcionan la miel, emprendimos el retorno a casa. 

 

Amanece, es otro día, igual o mejor no importa. El colibrí no llegó a buscarme como de costumbre, por lo que decidí ir a levantarlo. Llegué a su habitación, el colibrí apenas se movía, y dijo: -Hola amiga, esta vez no fuí, no puedo levantarme, es que mi vientre esta hinchado y me siento muy molesto-. -Tú eres mi compañero de trabajo y no puedo realizar nada sin tu presencia-, replicó la abeja. -Ahora mismo iré por medicina para aliviarte, solo espera un poco y conseguiré lo que necesitas-.

 

-Está bien mi vieja amiga, tú eres una obrera y por lo tanto, no descansarás  hasta curarme, replicó el colibrí con voz apagada y melancólica-.

 

La abeja emprendió su vuelo hacia un lugar un tanto lejano para encontrar aquel remedio. No recogió el polen de sus amigas, su preocupación era exclusivamente conseguir esa raíz que aliviaría la enfermedad del colibrí, su amigo. 

 

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